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12 de noviembre de 2012

Un llamado a la vergüenza


Por: Amir Valle
 
Ángel Santiesteban es escritor.
Es una verdad tan absoluta que puede hacer pensar a quien lea este escrito: “Amir Valle ya no sabe qué va a escribir”. Y tendría razón. Porque yo podría haber empezado diciendo directamente lo que quiero:
“Ángel Santiesteban es escritor, pero lo quieren disfrazar de delincuente”.
Y ya eso es bien distinto. Todavía más si nos vemos obligados a recordar que Ángel Santiesteban vive en un país que se pasa todo el tiempo “cacareando” por todos lados que los cubanos “viven en el mejor de los mundos que hoy existen”, es decir, casi en el paraíso terrenal, y que son falsas las acusaciones de los enemigos (llamados en todos los casos “mercenarios del imperio”) de que en Cuba no se respetan los derechos humanos.
Ángel Santiesteban es escritor y ha contado de una Cuba que el gobierno no quiere mostrar; de una Cuba que se niegan a aceptar muchos seres honestos de este mundo que alguna vez cifraron sus esperanzas en lo que significó la Revolución Cubana en aquellos hermosos y, repito, esperanzadores, años sesenta. Pero lo más triste es que Ángel Santiesteban ha escrito, persiste en escribir y hablar de una Cuba que ciertos intelectuales de izquierda se empeñan en ocultar.
He conversado con algunos de esos colegas, y me ha llamado la atención descubrir que, empeñados en su guerra personal contra “los males del imperio”, contra “el genocidio que el capitalismo está provocando en el mundo actual”, contra las “peligrosas y crecientes pérdidas de libertades y derechos humanos que Estados Unidos y los países ricos del Primer Mundo están llevando allí donde ponen la planta de sus botas”, no quieren entender (y hasta buscan miles de justificaciones, entre ellas, ¡ah, el bloqueo norteamericano!) que a escala más reducida, pero también criminal, el gobierno cubano ha convertido a “Cuba, el faro de las Américas y el mundo” en un absurdo marabuzal de males económicos, sociales y morales; no quieren reconocer (y hasta intentan buscan explicaciones forzadas) que por culpa de los fracasados experimentos económicos e “internacionalismos guerreristas” de Fidel Castro y sus adláteres, el pueblo cubano ha sufrido un verdadero genocidio que suma ya más muertos que todas las muertes ocurridas en la isla desde inicios del siglo XX hasta hoy (sólo intentando escapar de Cuba hacia Estados Unidos sobre rústicas balsas para alcanzar “el infierno capitalista” han perecido cerca de 30 mil cubanos); y sobre todo, esos colegas intelectuales de izquierda se pierden en laberínticos consignismos de la época de la Guerra Fría cuando se trata de defender a un gobierno que muestra su verdadera cara dictatorial eliminando libertades y derechos humanos a todos sus ciudadanos, ensañándose especialmente con aquellos que se atreven a pensar con cabeza propia, a decir y escribir lo que piensan.
Es una postura vergonzosa, sin dudas. Pero más vergonzoso es el silencio por respuesta. Y es que ante la evidencia del desastre total que es hoy el “sistema” político y gubernamental impuesto a los cubanos (y lo entrecomillo porque aquello, más que de “sistema” tiene de “experimentación desesperada para ganar tiempo en el poder y preparar el camino para que asuman ese poder los “hijitos del Clan Castro y sus acólitos”); ante la imposibilidad de defender con argumentos sólidos tal debacle, ahora apuestan por echar la vista a un lado y, cuando se ven obligados “en cumplimiento de sus honorables carreras profesionales” a enfrentarse con la tozuda verdad de los hechos, responden con un teatral “no lo sabía” (al menos así sucede con la mayoría de los que conozco).
Pero aún hay algo más bochornoso: buena parte de esos intelectuales conocieron personalmente a Ángel Santiesteban cuando todavía no se había decidido a decir en voz alta y a escribir periodísticamente a los cubanos y al mundo lo que pensaba de la dura realidad de su país. En esos momentos se limitaba sólo a escribir sus cuentos, duros, críticos, nada complacientes. Pero aún así se le consideraba en esos momentos una voz prestigiosa en el concierto de la narrativa cubana. Los críticos oficialistas, muchos de ellos funcionarios culturales en importantes puestos políticos, lo catalogaban como “el mejor cuentista de su generación”. Pero ninguno de esos críticos, ninguno de esos funcionarios, pudo explicar nunca porqué mientras la Agencia Literaria Latinoamericana (que representa y gestiona internacionalmente las obras literarias de los escritores residentes en la isla) colocaba en buenas, medianas y hasta desconocidas editoriales del extranjero obras “no conflictivas” (muchas de ellas de menos calidad que los libros de Ángel), esa Agencia jamás logró colocar ni uno sólo de los multielogiados libros de Ángel Santiesteban.
La respuesta, extraoficial, la escuchamos de boca de un editor cubano, director entonces de una de las más prestigiosas casas editoriales de la isla, en una fiesta en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Y quizás en aquella explosión de sinceridad tuvo que ver los varios vasitos plásticos de ron con cola que había tomado aquel editor. Ya se sabe, porque la vida lo ha demostrado: los niños y los borrachos suelen ser implacablemente sinceros. Luego supe que a aquel pobre hombre lo acosaba el cargo de conciencia, la culpa de no haber podido superar el miedo que lo obligó a dejar a un lado sus principios éticos para convertirse en la peor de las marionetas intelectuales: un censor.
– Algún día se sabrá cuántas cosas he hecho desde la sombra… cuantas caretas me he tenido que poner… para evitar que ustedes pasen por el infierno que me hicieron pasar a mí… por defender el derecho de escribir con libertad, créanme, he hecho mucho… mucho… — decía, con voz gangosa
– A ti te salvé el culo cuando escribiste el verdadero Manuscritos1… y ahora te digo que aquel era un gran libro… — me dijo, apuntándome con un dedo tembloroso.
– A ti, por tu librito de cuentos del Pinos Nuevos2 – le soltó a Alejandro Aguilar, que no supe si escuchaba bien porque también hablaba con un Alberto Guerra que ya, también, tenía los ojos rojos como Mandinga, por el alcohol.
– Y ahora mismo acabo de venir de una reunión donde un cabrón de la Agencia, cuyo nombre me reservo, ha dicho clarito clarito que él no promociona fuera de Cuba “libros gusanos” como los que escribe Ángel Santiesteban.
Eso recuerdo. Claro, con todas las repeticiones, todas las muletillas y todas esas cómicas baboserías con la que suelen hablar los borrachos. Incluso lágrimas, sobre todo en esos momentos en que se quejaba de que le dolía ser visto como un censor por colegas como nosotros.
El tiempo, y sobre todo los secretos que nos contaban en voz baja algunos amigos escritores que, también, eran funcionarios “de confianza” nos permitiría comprobar que aquel modo de proceder no era una aberración particular de un censor. Aquello era una política clara: los libros que mostraban a una isla “no conveniente” para la imagen que de Cuba oficialmente se proyectaba eran engavetados y a los autores se les decía siempre que “no sabemos qué pasa, pero no logramos colocar tus libros… es difícil, el mercado internacional está muy duro”. Y cuando colocaban a alguno de esos libros era por motivos netamente propagandísticos, bien calculados: había que callar a un escritor que protestaba demasiado (y solía publicársele entonces en una editorial pequeñísima, de distribución casi fantasma, para que el libro no circulara pero garantizando unos ejemplares para el autor que se jactaba de estar publicado en el extranjero) o había que demostrar que era mentira que Cuba censuraba (para lo cual acudían a libros falsa o blandamente “conflictivos” de escritores de clara adhesión al régimen, siendo el caso más notable la novela “¿crítica?” El vuelo del gato, de Abel Prieto).
Nada de esto, por supuesto, lo aceptan esos intelectuales extranjeros que entonces llegaban a Cuba y se asombraban de la “fabulosa capacidad narrativa de Ángel Santiesteban”, como me dijeron personalmente algunos en aquellos años. Incluso me atrevo a asegurar que algunos, si han preguntado, al recibir la versión oficial (en la que, también estoy seguro, no creen) han decidido hacer como los avestruces: esconder la cabeza.
Ninguno de ellos, hasta donde se sabe en los medios intelectuales de la isla y el exilio, ha intercedido por ese escritor al que tanto elogiaban cuando era un desconocido de “la prensa enemiga, mercenaria del imperio”; ninguno de ellos, en sus numerosos viajes a La Habana, ha exigido que se respete el derecho de Ángel Santiesteban a decir lo que piensa, a publicar lo que piensa en Cuba y fuera de Cuba, ni siquiera con un 0,5 porciento de la rabia con la que defienden a un farsante como Julian Assange (que se postula como paradigma de la libertad de expresión y prensa pero corre a refugiarse bajo las alas de un gobierno que es paradigma en el mundo de la represión contra la libertad de prensa); ninguno de esos que comprobaron con sus propios ojos que Ángel Santiesteban es, sobre todas las cosas, un escritor sincero, con una carrera literaria que ha perseverado desde los mismos inicios en ofrecer una mirada crítica sobre la realidad cubana…, ninguno de esos, repito, se ha pronunciado públicamente, como debiera ser, para defender simplemente el derecho de Ángel Santiesteban a ser considerado eso, un escritor.
Berlín, 9 de noviembre de 2012

1 comentario:

Veroco dijo...

El problema es que nadie se siente en la obligación moral de ayudar al Santi a contruirse una carrera a la Solzhenitsyn. O sea, tú eres su cúmbila de toda la vida, se entiende que le tires un salve... pero ellos no le deben nada, él no le sabe nada a ellos. Ellos no están en su piña.